El fenómeno primordial es que tierra y
cielo constituyen los cimientos de nuestra comprensión del espacio, y, en
consecuencia, del tiempo y del orden.
La tierra sobre la que vivimos se abre en
cuatro direcciones ante nosotros, por delante, por detrás y a cada lado, hacia
la bóveda cobertera del cielo: así es como conocemos el espacio. Experimentamos
la alternancia de días y noches según el Sol sale o se pone en torno nuestro:
así es como conocemos el tiempo.
Los
mitos básicos de todas las culturas abarcan una cosmogonía, una descripción de
la génesis del cosmos en la cual la pareja Tierra-Cielo resulta ser uno de los
primeros elementos.
En la antigüedad, los sacerdotes de
Heliópolis, la Ciudad
del Sol del Bajo Egipto, nos enseñaron que en medio del informe océano
primordial (conocido como Nun o Nú), y durmiendo en un capullo de loto, se
encontraba Atón, cuyo nombre significa tanto «no ser» como «completo».
En su
momento, y mediante su fuerza de voluntad, salió de su no ser y se manifestó
como el dios Sol Ra, conociéndosele por ello también como Atón Ra. Esta
divinidad suprema llevaba dentro de sí a los gemelos niño y niña Shu y Tefnut,
que en su momento concibieron a Geb, que era el dios de la tierra, y a Nut, que
era la diosa del cielo. Estos dos últimos yacieron ilícitamente.
Al
saberlo, Ra ordenó a Shu, el dios del aire y el espacio, que se abriera paso a
la fuerza entre sus cuerpos y que los mantuviera apartados. A Nut se la
impulsó hacia arriba y allí permanece para toda la eternidad, extendida en su
clásica postura sobre la Tierra
apoyada sobre brazos y piernas, los cuatro pilares del firmamento. Las
estrellas se encuentran en su vientre y todos los días, de su salida a su
caída, el barco del dios Sol Ra transita por su espalda.
Abajo,
Geb gime intentando levantarse para alcanzar a su amada, y los agónicos
movimientos de su cuerpo forman las cadenas montañosas de la tierra. |